Una tarde de remate en Villa Urquiza: “Feria americana al mejor postor”
En un galpón de Manuela Pedraza y Triunvirato los lunes al atardecer decenas de personas se congregan a disputar precios por artículos usados, incunables y chucherías.
Por Juan M. Castro
“Yo vivo de comprar y vender pelotudeces, es un arte que se pule con los años”, dice Guillermo, de aire oriental, peineta entrecana al costado y gamulán amplio, en el medio de este pasillo improvisado con muebles antiguos, un piano de cola, percheros y unas cuantas cajas llenas de bolsas que tienen cajitas que tienen bolsitas con las más diversas chucherías que alguna vez alojaron los fondos de estantes y placares. Con un ojo se concentra en hablar con Pura Ciudad, con el otro sigue atento gritos y movimientos y ruidos de martillo. Es lunes y hace rato dieron las 17, el momento semanal de las subastas en este galpón ubicado en Triunvirato y Manuela Pedraza, en el barrio porteño de Villa Urquiza (Comuna 12). Subido a un atril y con la voz algo robótica por un micrófono de vincha, el hombre del martillo le pone velocidad a cada compulsa y lo que de lejos parece la subasta de una mesita ratona por chirolas, de cerca se siente como una carrera de caballos. Algunos justo en la raya aflojan al pasar, otros siguen de largo y se llevan el botín a casa.
Cuando se habla de subastas, por el imaginario en publicidades o películas, uno imagina un sitio distinguido, con productos elegantes y joyas incunables. Acá en Villa Urquiza convive esa faceta con el aire a feria americana y rebusque. La dinámica de las subastas es sencilla, pero a compulsar se aprende de a poco. Quien tenga libros, cuadros, camas, vajilla y cuanto elemento quiera convertir en plata, se puede acercar en la semana al galpón. Los objetos quedan en una especie de showroom de pasillos. El lunes se hace el remate. La casa toma el 12% del precio final y con eso costea y se mantiene de puertas abiertas. “pretendemos que más personas se familiaricen con este sistema real para obtener resultados rápidos y concretos”, afirman los hacedores.
“Es a mejor postor sin base. El rematador toma cierto modelo de venta, un parámetro. Decís esto puede valer $500 y arrancás de $200”, explica en detalle Hugo, un habitúe que hace 35 años está en este tipo de compraventas. Luce un pulover de lana, bufanda y unas pocas mechas blancas desparramadas por la nuca. De ojos negros saltones, cuando se concentra en la explicación pone una voz carrasposa: “El que compra un objeto lo hace al precio definitivo más el 12% para la casa. Vos traés tu mercadería, la toma la casa, se vendió a $500, te dan $500 menos el 12%; el que compra pone el 12% extra, así se financia la casa”.
“El 80% son comerciantes, acá cada uno defiende su mercadería. No hay grupines, ni mafias ni arreglos, ni cosas parecidas. Es como todo: oferta y demanda”, añade Sergio, otro asiduo de Villa Urquiza. Entrecano, con bigote y surcando los cuarenta y tantos, cuenta que muchas veces están “horas y horas” a la espera de un buen lote. “Compramos una sola cosa o ni compramos y nos quedamos charlando entre los que venimos los lunes”, agrega.
Completa la ronda Gustavo, alto, fornido y de anteojos redondos, con una edad empardada a la de Gustavo. “Viene a ser como una feria americana al mejor postor. En una feria es fijo el precio, acá arranca todo a $100, según oferta y demanda. Un día puede haber 10 compradores y se va a $1.000; también puede haber ninguno y queda en $90”.
Si bien ellos, y tantos otros consultados por este medio, afirman que no hay ni “grupines” ni “ligas” ni cualquier otro corporativismo, sí es evidente que el “somos pocos y nos conocemos mucho” está a la orden del día. Algunos consiguen acá mercadería para revender por internet, otros lo hacen con locales a la calle y una mínima parte está por coleccionismo o para revestir su casa.
Mientras en un rincón del galpón se dan los remates, en otro extremo de a pares se juntan a comentar sobre los lotes, los precios y cada tanto, si uno para la oreja, vuelan dardos a propios y ajenos de esta actividad.
Como en toda actividad con mística, al rato de hablar empiezan las anécdotas con tinte épico, las leyendas urbanas de pago chico. “Hubo un jarrón chino que se vendió en $300.000”, empieza Gustavo. “Ni ellos (los que lo pusieron a remate) sabían el valor. Lo habían comprado en $3.000 andá a saber dónde, arrancó en $2.000 y la cosa fue tomando color”, sigue Gustavo y afirma que es usual que haya personas que pongan a subasta “cosas que ni ellos saben entre cuánto y cuánto pueden estar”.
“En los remates vas aprendiendo. Hay rubros, gente que se dedica a muebles de estilo, otros, vajillas, otros a cosas más chicas porque están empezando. Cada uno tiene su propio parámetro de compra: su bolsillo”, resume Hugo como regla de oro.
Mientras se da esta charla, de tanto en tanto se escucha el tintineo del martillo. Había una televisión de tubo de 15 pulgadas que arrancaba en $200. “Funciona, buen precio”, arenga el martillero, pero la ronda de compradores se muestra inconmovible. Pasan un par de estas ofertas, como una mesita de living o unos bafles, hasta que un lavarropas “andando pero con un tema en la placa” arranca en $500 y ahí sí, en una y otra punta de la ronda hacen ping pong de a $50 pesos hasta que el insistente comprador se lo lleva en $700.
Como en un recital donde los teloneros van primero y el plato fuerte se hace esperar, acá en Villa Urquiza los primeros remates giran en torno a este tipo de electrodomésticos, cajas con libros por kilo y otros asuntos. El asunto, coinciden los habitúes, se da sobre el final: objetos antiguos, platería, muebles estilosos, cuadros y demás pompa.
Mientras se pasa de un formato al otro, Guillermo se junta con un hombre igual a Willem Dafoe con campera deportiva. La versión busca del célebre actor cuenta que con su socio fueron en camioneta hasta la casa de un hombre con síndrome de Diógenes a ver qué tal su mercadería. “Un pasillo entero y una habitación hasta el techo de cosas tenía el tipo, arreglamos por un número razonable, sacamos lo de valor y el resto lo dejamos en la puerta; él nos debería haber pagado a nosotros por la limpieza, pero qué se le va a hacer”, agrega y remata que de esa pila sacó en limpio una docena de teléfonos antiguos, que remató acá por $200. “Uno nuevo por esa plata no lo conseguís”, afirma.
Con estas comparaciones surge el dato que muchas veces quienes ponen objetos en remate buscan “o la plata en efectivo o simplemente sacarse de encima los objetos porque ven que no los pueden vender ni a palos”, resume Guillermo. “Yo tengo 2.000 libros en casa que no los puedo vender hace bastante, pero me compré un lote de 600 por $300, ahora estoy peor”, ríe y hace catarsis sobre este lado B de encontrar ofertas en los momentos menos esperados.
Pese a lo que uno puede imaginar con el momento económico vigente, no hay más personas dispuestas a vender las joyas de la abuela. “Es que para venir acá, alguna noción de precios tenés que tener”, explica Guillermo y sí concede que en la actualidad “se vende por menos plata, salen lotes o productos sueltos por un valor menor al que se espera que alcancen”.
“Un lunes muy cargado de acá te podés ir a las 22, tranquilo. Son muchos objetos, lotes. No te puedo hablar de camaradería, porque hay reticencia y qué sé yo entre compradores que revenden, pero sí te ponés a charlar y se te va el rato. Esto es un mundo en sí mismo. Donde uno tiene en la casa baúles llenos de cosas al gas y lo ve como una pérdida de espacio y de tiempo, nosotros hacemos nuestro negocio, nuestra forma de vivir”, concluye Guillermo.
Fuente: Agenda Porteña