Una antigua estación de tranvía ayuda a los acróbatas en tela a volar sobre Plaza Boedo
Su presencia se ha vuelto parte fundamental en este espacio verde recuperado por vecinos. Nuly Sandoval, creadora de Clases para Volar, destaca que “lo genial poder hacer esta actividad en contacto con la naturaleza, al aire libre”.
Por Juan Manuel Castro
Más de un siglo de historia vibra por estos hierros, donde ahora los acróbatas en tela atan sus lienzos para balancearse de un lado a otro y volar sobre la Plaza Mariano Boedo. Su gracia y movimiento no pasan desapercibidos, ya son parte del paisaje en este espacio construido por la movilización las fuerzas vivas locales.
Antes de las torres altas, mucho antes de la falta de verde, Buenos Aires todavía era aquella gran aldea, con caserones y conventillos por doquier, pueblos que después fueron barrios y transporte incipiente. En una ciudad sin subtes o colectivos, en 1897 la Compañía de Tranvías La Capital construyó en Loria y Carlos Calvo la Estación Liniers (por la lindera calle Virrey Liniers). Rebautizada Vail al poco tiempo, tenía tres naves de metal con puentes grúa para recibir formaciones llenas de carne de Mataderos. De ahí partían a los mercados del centro y los arrabales, que por ese entonces no se extendían mucho más allá de Boedo, Balvanera, Recoleta.
Un siglo más tarde, esas mismas naves, pintadas en gris y vestidas con enredaderas verdes, siguen firmes en Loria y Carlos Calvo. Ni la extinción de los tranvías pudo con ellas. Tampoco un atentado de su entonces vecino el Petiso Orejudo o la fallida proyección de la AU3 en la dictadura militar. Se desvencijaron como depósito de colectivos y resurgieron este siglo cuando los vecinos pujaron por fundar la plaza actual.
Al construir el espacio verde se conservaron las vigas robustas, que corren paralelas por toda la manzana a la par de un antiguo muro enladrillado. Quienes transitan a diario este sitio histórico de Boedo se resguardan del sol o la lluvia bajo su pérgola, se sientan a tomar mate en el pasto, juegan con sus mascotas o charlan entre vecinos.
Pero Nuly Sandoval sintió que también se podía volar. Siete años atrás, en uno de tantos días de vida y movimiento en la plaza, levantó la cabeza y notó la fuerza de los hierros: ese esqueleto de la antigua Buenos Aires seguía firme y fuerte. “No lo dudé. Tenía las telas, el trapecio, aros. Hacía dos años practicaba acrobacia en tela y desde entonces empecé en la plaza, es genial hacerlo en contacto con la naturaleza, aprovechar el sol, el contacto con los demás”, cuenta a Pura Ciudad esta profesora de educación física y fundadora de Clases para Volar.
Ella enseña acrobacia en un espacio acondicionado y bajo techo en Estados Unidos y Deán Funes, a pocas cuadras. “Lo de la plaza lo pensé como algo para mí, hacer lo que me gusta al aire libre”, cuenta. Pero esta idea entusiasmó a sus estudiantes, incluso a quienes nunca habían hecho actividad física y la vieron columpiarse entre las vigas. “De a poco fuimos armando grupos, este es el lugar donde nos sentimos con más libertad y sentimos que podemos volar”, se entusiasma.
Para Nuly la acrobacia aérea es “un arte liberador”: “Constantemente te ayuda a la autosuperación, a conocer tus limites, correrlos un poco, traspasarlos, también a quererte, cuidarte, conocer de vos. Uno en la tela se enreda, se desenreda, se cae, sube, baja; es como la vida misma”.
Ella ha sido una de las primeras en volar por estos aires. Y eso ha marcado un camino. “Los alumnos adquirieron sus propias telas y materiales, en las tardes van a tomar mate, a colgarse un rato. Ya no desde el lugar del aprendizaje, sino casi un ritual. Son momentos donde todos compartimos algo que nos gusta hacer, unas lindas charlas, lindos mates”, se alegra.
“Lo copado es que se suma gente nueva. Nos ven colgados y nos hacen millones de preguntas. Ahí lo que hago es invitarlos a que prueben. Está bueno acercárselo a la comunidad, desde niños a grandes, que disfruten de este pasatiempo, que vean que los que lo hacemos somos personas de carne y hueso que descubrimos esta pasión y vamos tras ella”, concluye Nuly sobre la nueva e inesperada vibra alrededor del esqueleto metálico de la antigua Buenos Aires.