Teatro comunitario, revisionismo popular en la escena barrial, hecho por vecinos
En la Ciudad de Buenos Aires, desde hace más de tres décadas, funcionan cuerpos teatrales integrados por vecinos que, con el espíritu de las asambleas del 2001 y Teatro Abierto, crean sus propias obras, donde resaltan la historia de los barrios.
En la Ciudad de Buenos Aires, desde hace más de tres décadas, funcionan cuerpos teatrales integrados por vecinos que, con el espíritu de las asambleas del 2001 y Teatro Abierto, crean sus propias obras, donde resaltan la historia de los barrios.
Rescatar la historia, la identidad de un barrio y narrarla desde un escenario, una plaza, una calle. Ese es el objetivo de quienes hacen teatro comunitario. Es espíritu libertario de Teatro Abierto en 1983 como antídoto contra el adormecimiento y el miedo dictatorial y, más cerca en el tiempo, la resistencia asamblearia del 2001 para sacudirse el individualismo noventoso son una amalgama que se complementa con la búsqueda del arraigo, el barrio como hogar, junto a sus personajes y sus historias. Son los vecinos que se lanzan a la aventura de experimentar sobre tablas para hacer visibles los unos a los otros.
Según miembros de la Red Nacional de Teatro Comunitario, se trata de una disciplina autoconvocada y autogestiva: “Nace de la voluntad colectiva de reunirse, organizarse y comunicarse. Parte de la idea de que el arte es un agente de transformación social con la convicción de que toda persona es esencialmente creativa. Su búsqueda estética aborda tanto la comedia como la tragedia, pero nunca el drama psicológico; lo épico desde lo colectivo”.
Este grupo, que hoy sirve de nexo para vecinos de todo el país, sitúa como cuna de esta experiencia colectiva al barrio porteño de La Boca (Comuna 4). Allí, el Grupo de Teatro Catalinas Sur, nacido en julio de 1983 como consecuencia de la inquietud de la Asociación Mutual del Barrio Catalinas Sur de La Boca, ofreció talleres a los vecinos. El teatrista Adhemar Bianchi fue el maestro encargado de hacer subir la barriada a escena.
“Salir a la calle en el 83 no era poca cosa, después de trabajar en los teatros-sótanos en un estado casi clandestinito porque todo estaba proscripto en el tiempo de dictadura; estabas señalado por el hecho de ser actor; luego fue salir con la democracia a la calle, vernos a todos los grupos trabajando con la alegría que se abría en ese momento de hacer lo que más nos gusta: hacer teatro”, dijo Héctor Alvarellos, fundador del grupo de teatro callejero La Runfla (1991), situado en el Parque Avellaneda, donde también hay una escuela dependiente de la EMAD (Escuela Metropolitana de Artes Dramáticas).
El segundo hito llegó luego de más de una década de experiencias en el teatro porteño. En 1996, el grupo Los Calandracas de la mano de Ricardo Talento -que desde 1988 ya transitaban el camino del trabajo artístico de resistencia a la cultura dominante con objetivos concretos en el barrio de Barracas- comenzó un proyecto comunitario en el barrio que continúa hasta nuestros días bajo el nombre de “Circuito Cultural Barracas”, sintetiza la Red.
“El 2001 marcó el tercer punto de inflexión en la proliferación de los grupos de teatro comunitario”, añaden en la Red. Liliana Vázquez, directora del grupo de teatro comunitario Los Villurqueros, reivindica que los grupos de teatro comunitario son “revisionistas históricos populares”. Agrega sobre la primera crisis económica y social de este siglo: “Los grupos de teatro comunitario representan las luchas democráticas, muchas surgidas de la crisis del 2001”. “Los grupos toman para sus obras temáticas del lugar al que pertenecen. No es la memoria de los libros, es un intento de rescatar del olvido aquello que fue silenciado por el gran poder, somos la memoria del barrio y nuestro escenario es el espacio público”, estima al respecto.
Vázquez suma que Los Villurqueros nació el 25 de mayo del año 2002, en medio de luchas barriales por la recuperación del Cine Teatro de Triunvirato 4444. En este sentido, la Directora del Complejo Cultural 25 de Mayo, Monina Bonelli, dijo al respecto que este teatro fue “muy luchado” por los vecinos, por lo que busca con su gestión continuar con este “el afianzamiento del trabajo barrial”. Destaca que “esta es la casa” del grupo de teatro comunitario, aparte de la Milonga a cargo de Julio Dupláa y la Agrupación Urquiza Coral.
Los Villurqueros tienen una vasta experiencia en el “revisionismo histórico popular”. En sus primeros años de vida presentaron las obras “María y Luigi, un amore per tuta la vita”, sobre la primera boda del barrio y “Esperando a Gardel”, que narra la actuación del Zorzal Criollo en el Cine Teatro 25 de Mayo. Se le suma “El romance del Polaco”, donde se entretejen historias de personajes típicos de la impronta tanguera. También estrenaron “Avanti la Villurca”, donde, luego de investigar a fondo, contaron cómo fue la huelga de obreras en la fábrica de cigarros Avanti, ocurrida en 1920.
Los Villurqueros, que integran la comisión de la Memoria y Derechos Humanos de la Comuna 12, también cuentan con la obra “Grafa, memoria de un pueblo”, que narra la historia de obreros desaparecidos durante la última dictadura militar. La primera vez que salieron a escena con esta pieza —declarada de Interés Cultural por la Legislatura porteña y apoyada por el Instituto Nacional del Teatro— fue en Mayo de 2014 en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti- Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), ubicado en Avenida del Libertador 8151, en el predio de la ex ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada).
Para reconstruir esta historia, “que estaba olvidada de la memoria oficial”, según la Villurquera Mariana Rosales Ocampo, recopilaron testimonios de vecinos, ex-obreros, sobrevivientes e hijos de detenidos-desaparecidos de la fábrica.
“A la función acudieron obreros, sobrevivientes, hijos de desaparecidos. Fue muy fuerte, muy movilizante todo el contexto en que se dio la función”, recuerdan los teatristas de Urquiza. “En el barrio nuca se había hablado. Era una historia perdida, y casualmente se refiere a la desindustrialización, al capitalismo a ultranza. En la zona no sólo perdimos la industria sino que perdimos vidas, hay muchos desaparecidos en el barrio. No se hablaba de esto. Se relativizaba, se decía que “andaban en algo raro”. En la fábrica Grafa hubo muchos desaparecidos, la represión cayó sobre obreros que pedían un cambio”.
En Villa Crespo está el grupo de teatro comunitario Matemurga, nacido en 2002, integrado por cerca de 70 vecinos y miembro de la Red. Este elenco, distinguido por la Legislatura porteña, cuenta con tres obras propias que rescatan la impronta del barrio y la vida comunitaria. Así se definen: “Somos muchos vecinos actores de todas las edades. Creemos en las construcciones colectivas. Creemos que el arte es un derecho y que transforma la vida de la comunidad”.
Bajo esta creencia, al igual que sus pares de Villa Urquiza, crearon piezas colectivas sobre reivindicaciones territoriales. La caravana, Zumba la risa y Herido barrio son algunos de sus trabajos. Desde 2015 tiene también Matemurga cuenta con una orquesta. El mural de la esquina de Luis Viale y Rojas, sobre la historia de Villa Crespo, es una construcción colectiva de estos teatristas de barrio.
Al sur de la Comuna 5 está el grupo de teatro comunitario Boedo Antiguo, fundado en octubre de 2001. El centro cultural Julián Centeya (San Juan y Loria) es su referencia territorial. Sus miembros destacan que es un grupo abierto y heterogéneo, que llega a una “producción artística lograda mediante el consenso y la creatividad, siempre desde la diversidad”.
“La inclusión del vecino, lejos de imaginar que sólo es artista quien posee un don especial, recrea y refuerza la red vincular debilitada en la década del 90. Desde esa construcción colectiva cada integrante estimula y potencia sus medios expresivos”, han contado las integrantes Nora y Martha.
Boedo Antiguo integra la Red Nacional de Teatro Comunitario y también la Red de Cultura de Boedo. Cuentan con varios espectáculos propios. “El primero se llamó Boedo Antiguo, donde repasamos los orígenes del barrio, sus acontecimientos históricos; en el segundo Oíd el grito, hablamos sobre la historia del país desde la primera fundación hasta el cacerolazo del 2001”, añaden las teatristas.
Memorandum (Lo que se debe recordar) es su tercer trabajo. En palabras de sus hacedores, esta pieza reflexiona acerca del poder de los recuerdos y cómo estos nos orientan en la vida y nos marcan, tanto en lo colectivo como en lo personal. Con esta idea fuerza se han presentado en teatros y también en el espacio público, en especial en Plaza Boedo (Carlos Calvo y Loria) el gran punto verde en encuentro.
En Flores está el grupo Alma Mate. Nació en julio de 2002, en el marco de la crisis del 2001, a partir de una convocatoria realizada por Ana Laura Kleiner, una de las directoras del grupo, y anunciada de boca en boca por el barrio. Comenzó sus actividades en la Plaza de los Periodistas (Nazca al 900) desde hace más de una década.
El 17 de noviembre de 2002 Alma Mate presentó su primera obra “Promesas rotas” en la plaza del barrio y ante más de doscientos vecinos. Fue hecha en forma colectiva por el grupo de vecinos actores, según explican sus hacedores en el sitio oficial del grupo.
En ella se cuenta la historia de la Plaza de los Periodistas: una historia de vaivenes múltiples, que es una epopeya con un final feliz. Fue un convento, un baldío, hubo un circo, quisieron hacer un shopping y la lucha de los vecinos pudo torcer el destino, logrando que se cumpliera la promesa de hacer una Plaza. Esta obra recibió el Subsidio por Obra Concertada y el Premio Estímulo a la Calidad Artística del Instituto Nacional del Teatro. Fue presentada en plazas e instituciones del barrio de Flores y de otros, participó de eventos barriales, de varios Encuentros Nacionales de Teatro Comunitario y en el Segundo Encuentro Nacional de Teatro Callejero.
En los grupos de teatro comunitario los vecinos ponen lo mejor que tienen para convertir cualquier sitio en escena y desde allí compartir alegrías y reflexiones; su visión del barrio y del mundo.