Museo del Hambre de San Cristóbal, un espacio para pensar la soberanía alimentaria

Está ubicado en San Juan 2491y ofrece actividades culturales junto a artistas y productores de la agroecología.

“El hambre, sólo en un museo”. Con esta idea fuerza, en agosto del año pasado referentes de cátedras libres sobre alimentación montaron el Museo del Hambre en el barrio porteño de San Cristóbal (Comuna 3). Se trata de un espacio para repensar la soberanía alimentaria a través de la cultura y experiencias alternativas al modelo vigente, como la agroecología y emprendimientos autogestivos.

El museo está en el subsuelo de la avenida San Juan 2491. En el primer descanso de la escalera asoma y da la bienvenida un muro con el poema “El gran mantel” de Pablo Neruda: “No comer es profundo, / es hueco, es verde, tiene espinas / como una cadena de anzuelos / que cae desde el corazón / y que te clava por adentro”. El lugar es una sala enorme con tres paredes amplias, libres, para hacer muestras y exhibiciones. La cuarta, la del fondo, luce una pintura hecha por el grupo de artistas Museo a Cielo Abierto (MACA). Representa a trabajadores rurales. Hay un hombre, ya canoso, con una pala, una sembradora, y una madre amamantando a su hijo. Las tres figuras están ente trigos, girasoles y verduras. Las tres figuras tienen las manos entrelazadas, en símbolo de cooperación. Este es el emblema del Museo del Hambre.

El primer viernes de marzo se hizo la apertura formal de la exposición Guaminí, de los artistas visuales Aurelio Kopainig y Julia Mensch. El nombre refiere a un pueblo de la Provincia de Buenos Aires donde hace tres años un grupo de productores trabaja sus campos agroecológicamente. A través de ilustraciones y visuales se capta la esencia de este proceso.

En los muros se colgaron los cuadros con los dibujos que recrean el proceso que estos trabajadores rurales. También se exhibieron los productos de estos campos, como harina integral de trigo agroecológica.

Julia Mensch cuenta “Venimos haciendo una investigación de la agricultura en Argentina, las consecuencias ambientales del monocultivo. También de las experiencias alternativas. Este trabajo forma parte de un cuerpo de obra más grande llamado Cartografía de un Experimento a Cielo Abierto. En Guaminí se muestra que es posible trabajar de manera extensiva agorecologicamente y que es sustentable, que cambia la forma de vida de los productores. Como artista es muy importante exponer este trabajo en un lugar amigo como el Museo del Hambre”.

Durante la exposición, Agenda Porteña habló con  Marcos Filardi, uno de los impulsores del Museo e integrante de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria que encabeza Myriam Gorman en la UBA. “El museo nació el 1 de agosto del año pasado, el Día de la Pachamama. Elegimos ese día tan especial, simbólico, para dar inicio a este nuevo camino. En realidad es poner a disposición un espacio para la convergencia, para la reunión, para el encuentro de todos los que desde distintas miradas, trayectorias, caminos, venimos peleando por la soberanía alimentaria en nuestro país”.

“Lo llamamos Museo del Hambre porque la apuesta política del espacio es que podamos encerrar de una vez y para siempre al hambre en un museo, en un espacio. Que nunca más se nos escape de ahí. Lo que nosotros queremos es que sirva para pensar y actuar colectivamente para lograr ese objetivo. Y que lleguemos a un punto de nuestra lucha colectiva en que nuestros hijos digan “bueno, había una época en que había hambre en el mundo pero una generación de hombres y mujeres se decidió a encerrarlo de una vez y para siempre en un museo”. Esa es la puesta principal”, agrega.

“Lo demás es una excusa. Puede haber una muestra de arte, la presentación de un libro, una charla, una clase de cocina, un taller de huerta. Todo gira alrededor de la unión colectiva en pos de otro modelo alimentario, otro modelo de sociedad. Basado en la agroecología, la soberanía alimentaria y el buen vivir de nuestros pueblos”, enfatiza.

“Los que somos parte del museo venimos hace años trabajando en lo que son las cátedras libres de soberanía alimentaria que son espacios dentro de universidades nacionales. Se proponen dar el debate sobre nuestro modelo agroalimentario. Cómo se produce, para quién produce, cómo se distribuye, cómo es la cadena hasta que llega a nuestra mesa, cómo circulan los alimentos en nuestra sociedad. Frente al modelo imperante, nosotros abogamos por otro modelo distinto donde haya una producción sana de alimentos, suelos sanos. En definitiva, que haya personas y pueblos sanos”, concluye.

La muestra Guaminí expone a través del arte el trabajo que hacen los productores bonaerenses, la Secretaría de Medio Ambiente y el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá. Es para mostrar que “existen alternativas al modelo de la agricultura tóxica”, señalan en el Museo del barrio de San Cristóbal.

A partir de la experiencia en Guaminí, se creó la RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología), la cual está compuesta por nueve municipios, alrededor de 50 productores y unas 20.000 hectáreas. Dicen que tienen en común “la salud, el campo y la vida”.

Martín Rodríguez es parte de la RENAMA. Es productor de harina integral de trigo. Estuvo presente en la muestra ya que un retrato suyo forma parte del trabajo artístico de Kopainig y Mensch. De rostro amplio, barba de unos días y una inconfundible boina negra (contra viento, marea y calores imposibles) habla con  defiende el modelo agroecológico: “Tenemos a cargo un molino. Lo hacemos para sentirnos bien, por una cuestión de costos. Es también para subsistir. El modelo es agresivo, al productor chico y mediano no los deja vivir. Esta es una respuesta sustentable”.

“La gente hoy compra lo que está en frente, no está consciente de cómo nos alimentamos. No solo de la calidad. Culturalmente se pierde la forma de comer. Se perdió culturalmente la mesa de todos los días, el saber de la comida. Mucha gente no sabe que lo que come es veneno. Ve un tomate colorado, piensa que es natural. En realidad tiene muchos químicos encima, es una porquería. Queremos generar conciencia sobre esto”, añade.

“La agroecología cada vez está más presente. Es la forma de producir para la comunidad. La intención no es hacer un producto que no esté al alcance de cualquiera. Si yo hago un embutido, un queso, una harina, un producto básico, estaría bueno que esté al alcance de las manos de cualquiera”, indicó para mostrar un contrapunto con la producción orgánica.

Afirma que es más cara, por lo que no puede llegar de forma masiva a los hogares. “Es un mensaje que dice que si no tenés suficiente poder adquisitivo no lo podés comprar y te tenés que limitar a productos con químicos. No debería ser así”, agrega.

Este mismo debate que impulsa Martín a través de unas breves palabras es el corazón de lo que plantea el Museo del Hambre. Repensar nuestra comida. Desde agosto así lo han hecho en el barrio de San Cristóbal, entre otros, el Movimiento Nacional de Salud Popular Laicrimpo, Acción por la Biodiversidad, estudiantes de la Escuela Carlos Mugica de la Villa 31 (Retiro, Comuna 1), estudiantes de la Facultad de Geografía de la Universidad de Osnabruck (Alemania), estudiantes de la Escuela de alfabetización popular de la Cooperativa de Recicladores del Oeste.

Así como da la bienvenida, el poema de Neruda es la última imagen que uno se lleva del Museo del Hambre al subir las escaleras. Es el deseo de todos aquellos que, como los hacedores de este proyecto, luchan en el cotidiano por personas y pueblos sanos: “Sentémonos pronto a comer / con todos los que no han comido (…) / Por ahora no pido más / que la justicia del almuerzo”.

Fuente: Agenda Porteña

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