María Elena Bergoglio: “Francisco no dejó de ser Jorge. Y Jorge no es fácil de domar”
Es la única hermana con vida del sumo pontífice argentino. Desde la vereda de su casa, en Ituzaingó, todavía la aturden y emocionan los ecos del histórico nombramiento. En los recuerdos de la intimidad compartida detecta pistas de cómo el jesuita ejercerá su liderazgo espiritual.
“Perdón que no los haga pasar, pero tengo la casa hecha Kosovo. Desde la noticia que no tengo tiempo de limpiar: es un desorden, los platos sucios… Y, bueno, quiero preservar un poquito la intimidad”, se excusa María Elena, desde la entreabierta puerta de madera. Pero el pudor de eterna ama de casa no le gana a la amabilidad y, con ayuda de su hijo, saca un par de sillas a la vereda. Todavía hay ecos del anuncio de que el mundo católico tiene nuevo pontífice, el primero en la historia de formación jesuita y origen latinoamericano: el argentino Jorge Mario Bergoglio.
Pero, casi tres meses después, las decenas de periodistas y móviles de todo el mundo que se agolparon aquí, en esta misma acera, para hablar con la hermana del papa –la más pequeña y única con vida de los cuatro que nacieron después del primogénito– ya están persiguiendo otro último momento. Ahora, esta calle de Ituzaingó volvió a la rutina usual en cualquier localidad humilde de las afueras de Buenos Aires, esas donde las casitas son bajas; las siestas, obligatorias y los perros todavía persiguen los pocos autos que pasan.
Así y todo, los vestigios del raid de prensa todavía se notan en su mirada agotada y su voz tomada. “No tengo vida propia. Sigo atendiendo a los medios y a todos los que me llaman o se acercan. Es increíble. Hay gente que no conozco que pasa con el coche y me saluda –cuenta, con la garganta arenosa–. El otro día, desde un micro escolar, los chicos me gritaban: ‘¡Francisco, Francisco!’. Lo fuerte que es esto, la emoción de ver a todos contentos, es muy grande”.
Casi como si estuviera guionado, una vecina que pasa interrumpe la entrevista callejera. “Mi cuñado viaja la semana próxima a Roma y va al Vaticano –le cuenta, mientras la abraza–. Si querés mandarle una carta o algo a Francisco, avisame. ¿Sabés quién soy, no? Vivo en los dúplex de acá en la esquina”. Le da un beso y sigue su camino.
Más allá de su rutina cotidiana, ¿cambió algo en su fe con el nombramiento de su hermano?
No tuve demasiado tiempo para asimilar esto. Aunque te parezca mentira, aún hoy el teléfono sigue sonando… Tengo un estrés profundo, todo esto me aniquiló, es muy fuerte y tengo sentimientos que no puedo elaborar. Sí me llenó de esperanza, de alegría, sentir el amor de todos. Es algo que me cuesta creer: ver a todo el mundo feliz, contento, esperanzado… Me llegó el deseo de todos de cambiar. La Iglesia está empezando su renovación, pero ahora nosotros tenemos que hacerlo porque, si no, de nada sirve esto. Por supuesto, tengo que hacer una elaboración más profunda. Voy avanzando con todo esto que es tan lindo, pero que hay que ir integrándolo en la vida.
¿El estrés a qué se debe?
Creo que a la demanda de los medios, aunque mi experiencia con los periodistas fue extraordinaria: no tengo más que palabras de agradecimiento para cada uno de los que me han llamado o se han acercado a mi casa. Lo que sucede es que soy un ama de casa común y silvestre y, de pronto, me vi enfrentando un tsumani tremendo. Mientras pude, seguí para adelante: la misma fuerza me la dio el cariño y el respeto con el que me trataban. Pero no estaba acostumbrada a esto. En casa el teléfono empezaba a sonar a las 6 de la mañana y no paraba hasta las 10 de la noche. Eso me agotó: hasta hace unos días, se me daba con mucha frecuencia el hablar por cinco minutos y, después, quedar totalmente en blanco. Es cuestión de descansar, de hacer silencio, de entrar en mi corazón e ir elaborando esto, despacito. Ahora estoy mejor.
¿Qué hacía cuando se supo del nombramiento?
Estaba en casa, con el televisor prendido, escuchando la ceremonia mientras hacía algunas tareas. En una de esas, oí que había aparecido el humo blanco. Entonces, dejé todo y me senté a ver y esperar. Estaba mi hijo mayor conmigo y le dije que no nos cargáramos de ansiedad, porque tardan en hacer el anuncio: primero, los cardenales le prometen obediencia, después se pasa a la Sala de las Lágrimas y recién después aparece en público. Mi hijo quería un papa franciscano, y mi favorito era el brasileño.
¿No quería que eligieran a su hermano?
No, él era feliz en Buenos Aires, amaba la ciudad y le iba a costar mucho despegarse de ella. Cuando lo bromeaban con que podía ser papa, decía: “Ni loco”. Incluso me llamó el día anterior a viajar a Roma para despedirse: “Bueno, nena, cuando vuelva, charlamos”. Él daba por descontado que regresaba, incluso había dejado su agenda de actividades programada. Cuando el cardenal hizo el anuncio, sólo llegué a escuchar ‘Jorge Mario’, no el apellido ni el nombre que había adoptado. Todavía no había salido al balcón del Vaticano que ya estaban mis vecinos tocándome el timbre y el teléfono empezó a sonar a lo loco. Así que tampoco pude disfrutar mucho de su aparición, de sus palabras. Pero vi su cara, su expresión y lo encontré bien. Eso me dejó tranquila.
La llamó poco después de ser designado…
Sí, y fue otro hecho cargado de emociones. Al escucharlo, casi me muero. Fue una charla muy afectiva: me dijo que estaba bien, que las cosas se habían dado así y que había aceptado. Yo le dije que quería abrazarlo. Y él me respondió: “Creeme que estamos abrazados, que estamos muy juntos, más allá de las distancias”. Y es verdad: nuestra vida siempre ha sido así, ya que Jorge viajaba mucho por sus estudios. Así que estamos acostumbrados a no tenerlo físicamente, a estar cerca de otra forma. Pero ahora da la casualidad de que no lo vamos a ver porque es papa. ¡No es ninguna pavada!
¿Y volvieron a hablar desde entonces?
Sí, sí. Hablamos cada 10 días, más o menos, pero como hermanos. A mí me preocupa saber cómo está y a él le pasa lo mismo conmigo. Nada más que eso.
Hay 11 años de diferencia entre ustedes. ¿Cómo influyó eso en su relación?
Yo, de chica, no lo viví a Jorge. Cuando empecé a tener uso de razón, él ya se había ido al seminario. Pero en el tiempo que estuvimos juntos era muy protector, muy compañero, cálido y alegre. Un chico normal. Jorge venía poco acá y a las casas de los hermanos, aunque siempre se hacía un tiempo para visitar a mamá. Después de que ella falleció, fue una presencia más que nada telefónica para nosotros, porque estaba dedicado a su actividad pastoral.
¿Recibió alguna propuesta para involucrarse en tareas de la Iglesia?
No, no. Yo siempre he trabajado en eso, en actividades parroquiales, en ayudar, en la medida de lo que puedo, al que lo necesita. Pero estar en una organización, en una entidad… No, la verdad que no. Yo, cuanto más bajo perfil tenga, mejor.
Conociendo la personalidad de su hermano, ¿qué cambios puede traer su papado?
Jorge es impredecible y creo que él va a seguir en su línea de conducta. Si tengo una satisfacción es que Francisco no dejó de ser Jorge.
¿Eso qué significa?
Que sigue viviendo como hasta ahora, queriendo que el Evangelio se encarne en nuestros corazones y llevando a Jesús a todos, para estar al lado del que sufre, del pobre. Sigue siendo así. Él mismo lo dijo: quiere una Iglesia pobre para los pobres. No hay mucho que agregar.
¿Estima que le será difícil cambiar algunos defectos de la curia?
No lo sé, es probable que vaya a tener resistencias. Pero Jorge no es fácil de domar y lo está mostrando. Con gestos mínimos, pero lo está mostrando.
¿Cómo toma las denuncias sobre su rol durante la última dictadura cívico-militar?
Una postura en mi vida es no asimilar lo malo, lo negativo, lo injusto, porque la calumnia, las peleas, todo eso destruye. Y yo quiero construir. Tengo la tranquilidad profunda de saber que mi hermano no participó, al contrario: ayudó. Basta. El resto no me interesa.
Inicialmente, al Gobierno no pareció caerle bien su nombramiento. Y la oposición, en cambio, lo celebró como un triunfo propio desde el principio. ¿Qué opina?
Bueno, que lo utilicen si quieren: el problema no es de Jorge ni de la Iglesia. Espero que también haya un cambio en lo político. Y me pareció muy acertado que él no venga al país después de su próximo viaje a Brasil. Acá estamos en pleno proceso electoral y eso podría hacer creer que él está de un lado o de otro. Y Jorge tiene que mantenerse muy aparte.
Pero no se le habrá escapado que, en pocas horas, la administración CFK cambió de postura hacia su hermano. Algunos hasta lo reivindicaron como peronista…
Sí, hubo un cambio. Algunos dicen que es real, otros que no. No importa: lo hay. Y siempre se empieza por algo. De política prefiero no hablar, porque hay cosas que no entiendo. Trato de rezar para que todo llegue a un muy buen camino. Todo lo que hace mal, lo ignoro. Entonces, vuelvo a lo que decía antes: no hurguemos en lo que destruye, empecemos a encontrar lo que construye. Estoy muy, muy esperanzada.
Sin embargo, esa sensación de reconciliación en el arco político que se insinuó cuando se supo de su nombramiento no parece tan presente hoy. ¿Se diluyó el ‘efecto Francisco’?
Mmm… Yo sigo esperanzada. Pero también es lógico que las cosas vayan acomodándose, que esa euforia inicial entre en la calma, en la reflexión, porque de ahí va a venir el verdadero cambio.
Fuente: Apertura.com