La infancia como musa inspiradora
Rasti Art y Trucho Toys son casos que muestran cómo las pasiones de la infancia se pueden reconvertir en proyectos artísticos.
Cuando el Ciudadano Kane ve a la huesuda a los ojos sabe qué va a pasar. Entonces, echa la vista atrás. El movimiento es breve, imperceptible. El millonario que forjó un imperio mediático, que logró poder, trascendencia y respeto, elige sólo una sola cosa para llevarse al otro mundo. Ni el amor de sus mujeres, la sensación de tener el mundo a sus pies y tampoco la satisfacción del deber cumplido. Él se arma para ir a la frontera de su Rosebud. Toda una película, de las más grandes de la historia, lleva develar que se llevó Kane al mundo de los muertos. Rosebud: aquel trineo con el que el niño Kane jugaba en la nieve. Rosebud, la infancia perdida.
No es necesario morirse, ni tampoco ser millonario, para ver el valor de aquellos años en que el bajo mesada parecía medir, desde nuestra óptica, lo que un travesaño en cancha de once. El poeta de Boedo Fabían Casas dijo: “Es en esa etapa en la que cargamos combustible casi por única vez, y que la calidad del combustible que carguemos en ese momento determinará qué tipo de personas seremos cuando las papas quemen” (Felipe Ojeda para Paniko, enero 2016). Y es posible que se haya quedado corto.
Antes, la infancia duraba lo que tardan en deshilacharse los pantalones cortos: luego venía el tiempo de enfundar unos largos camino al puerto para cargar bolsas, emborracharse mirando el atardecer de río y algunas otras cosas. Luego apareció la adolescencia como un estadio intermedio y la juventud se empezó a extender, a hacerse más longeva y grisácea. El viaje en carretera con el jopo al costado a lo rebelde sin causa se extendió. La ruta de la adultez se hizo sinuosa, con varios carriles.
Hoy en día los jóvenes, y los no tanto, vuelven de su jornada laboral, de pagar impuestos, de luchar contra hipotecas, préstamos y todo tipo de monstruos de la adultez, y encienden la televisión para ver Hora de Aventura, Los Simpson o la serie que sea. Sin tapujo alguno. Ríen a la par de hijos, sobrinos. Capaz, pronto de nietos.
Este momento de empatía entre generaciones también tiene su capítulo en el arte, donde varios emprendedores toman elementos de la infancia para darles un nuevo significado, para ponerlos en otra perspectiva. Con las mismas piezas, sean ladrillos o muñecos, lo que uno hacía de chico se llamaba jugar; y ahora, de grandes, se le dice arte.
Rasti Art: No sólo otro ladrillo en la pared. Lo que para muchos es un recuerdo de infancia, para Sebastián Ibáñez es un presente lleno de destreza e imaginación. De hacer Mafaldas y robots en tres dimensiones a retratar villanos del cine y músicos célebres; todo se puede para este joven artista creador de Rasti Art a la hora de entrelazar ladrillos y dejar que la creatividad fluya.
En las convenciones porteñas de historietas, cine y fantasía se ha vuelto un clásico. Cuando uno recorre los pasillos de estas exposiciones siempre llega al recoveco donde más de uno se detiene a ver en forma detenidas la Mafalda, Pichichu, Pucho, Furbis y tantos otros personajes llevados a las tres dimensiones a través de los bloques Rastis, un sinónimo de infancia e imaginación.
“Hace siete años que empecé haciendo pequeños objetos en tres dimensiones, mi idea fue hacer otras cosas diferentes a lo que veía siempre, casa, autos, aviones y tanques, y decidí armar animales y personajes. Y hace cinco años viendo cuadros hechos con Lego y Mis Ladrillos, me di cuenta que también se podían hacer con Rasti y empecé con los cuadros”, explica al respecto.
En las exposiciones estas creaciones se llevan la atención del público, que se acerca y aleja para ver la imagen en su conjunto hasta dar zoom y ver una pieza al lado de otra. Esta arquitectura a Sebastián le puede llevar horas, días o semanas: “Y con algunos tardé un par de meses”. “Los cuadros los hago en una o dos semanas dependiendo del tamaño. Y el cálculo de piezas no lo tengo en cuenta, porque varían mucho dependiendo lo que arme”, agrega.
Mientras el público se detiene frente a sus obras, Sebastián gusta de ponerse “a un costado y escuchar lo que dicen de sus cuadros: “Sin saber que soy yo el que los arma y algunos comentarios son muy graciosos”.
Los juguetes como obra de arte e industria local. Muchos fanáticos de las historietas y las series gustan de decorar sus robustas bibliotecas con figuras de acción o merchandising. Son eufemismos para nombrar a los viejos y queridos muñecos, esas figuras plásticas que en horas de infancia sirvieron para entretejer todo tipo de aventuras: Una tarde Superman luchaba con Darth Vader para salvar a alguna princesa made in China, pero ella terminaba por complotar con el malo de la Guerra de las Galaxias para enviar a chico bueno de Metrópolis de vuelta a Kriptón. Y luego la merienda, la chocolatada, las galletitas, la tele por cable. Y luego todo volvía a empezar.
Estas historias están guardadas en la memoria con filtro a foto analógica algo velada (magias de Instagram) para el grueso de los que hoy portan veintitantos o treintitantos en el DNI. Otros rescataron de viejos cajones aquellas figuras de acción para hacerle compañía a los libros terminados o aquellos que hacen cola para llegar a la mesita de luz. En las tardes aburridas de domingo en redes sociales más de uno o una comparte fotos de estas repisas coloridas, llenas de alegorías a la cultura pop.
Dentro de este grupo de amantes por las figuras de acción, o simplemente muñecos, están los llamados Toy-Makers, quienes se pasaron al otro lado del mostrador para no sólo disfrutar de las infinitas posibilidades que da el plástico y la ciencia ficción sino a haer sus propias creaciones. En esta banda tributo a la infancia, la industria nacional y imaginación tocan los miembros de Trucho Toys, proyecto de los autodidactas Panulo y Eric.
Cuentan con taller propio en Lomas de Zamora. Lo pueblan de ideas y horas de concentración para convertir un poco de resina y cartón en una figura de acción coleccionable con su respectivo blíster. Todo listo para la vitrina o biblioteca.
El caso más resonante de esta dupla fue el He-Man de Berugo Carámbula. El actor uruguayo se disfrazó del musculoso guerrero para la película Los Bañeros Más Locos del Mundo. Esa mezcla de cultura pop y argentinismo caló hondo en estos Toy-Makers y entonces pusieron manos a la obra una vez más. La hija del actor, conductora radial, difundió el regalo de los Trucho Toy y el resto es historia y viralización.
Hoy en día la dupla continúa rodeada de resina, ideas y cartón. Se los puede ver en varios ciclos culturales como el Muere Monstruo Muere, que se celebra al menos una vez al mes en el Teatro Mandril de San Cristóbal (Humberto I y Jujuy).
Allí llevan sus creaciones, mutaciones entre figuras del universo He-Man, Star Wars y cuanta otra figura pulule por ahí. Aparte de Berugo, otro gran hit que metió Trucho Toys fue San La Skeletor. Como su nombre lo indica, es una aleación entre el villano huesudo de He-Man y San La Muerte. Este santo inesperado corrió como pólvora entre los asiduos a este tipo de ciclos, que además de la exhibición de figuras de acción incluyen cine de culto, música emergente y un paneo por la escena joven del arte local.
Los ladrillos, las figuritas, los muñecos. A diferencia del viejo Keane, las generaciones venideras tienen bien desempolvados sus Rosebudes, su combustible pronto para el momento en que las papas empiecen a quemar.