Arte y diversión para enseñar en el Museo Bernasconi, creado por Vera Peñaloza hace 90 años en “La Sorbona” de Parque Patricios

En el instituto Félix Bernasconi lo inició “la maestra de la patria” hace 90 años con maquetas y obras de arte para fomentar el “aprendizaje práctico”. Hace una década lo retomó un equipo de educadores y museólogos. Reciben visitantes de todo el mundo.

Por Juan Manuel Castro

El Museo Bernasconi de Parque Patricios cumple 90 años. Es una experiencia única que apela al arte y lo lúdico para consolidar la enseñanza. Fue creado por Rosario Vera Peñaloza, una de las educadoras más importantes del siglo XX, y reabrió hace una década a cargo de un grupo de docentes y museólogos. “Este es un museo de acción, donde el estudiante piensa, siente y hace”, dice a Pura Ciudad la directora Mirta Cobreros.

“Este es un espacio único, lo visitan estudiantes de toda la Ciudad, también vienen niños y adultos de todo el mundo. Se aprende con juegos, dinámicas, actividades”, agrega sobre el Primer Museo Argentino para la Escuela Primaria. “Es bajar el pensamiento de escritorio a la cancha”, sintetiza.

“Que el docente utilice el espacio en función de lo que su clase necesita. Este es un espacio auxiliar de las clases”, expone Jonathan Mayán, que integra el equipo del museo desde hace cinco años. Estudia la tecnicatura en conservación de obras de arte y es profesor nacional de dibujo.

“Tratamos que sea consecutivo, hacer un trabajo continuo. Hay estudiantes y cursos que vienen cuatro o cinco veces al año, porque en una sola vez no llegan a desarrollar todos los temas”, añade.

Vera Peñaloza trabajó en el primer piso del Bernasconi, en Cátulo Castillo 2750, durante 17 años. Es un recorrido cruzado por pasillos y salas de techos altos y muebles decimonómicos de madera. Allí reunió material didáctico para “facilitar la enseñanza del docente y el aprendizaje del alumno”, dice Cobreros y agrega que la educadora convocó artistas para confeccionar maquetas, mapas en tres dimensiones, tacos para hacer grabados con paisajes de Argentina (las fotocopias de aquel entonces). Lo complementó con animales taxidermizados, minerales, huesos, cuadros.

La educadora dotó de vida a este inventario, lo puso en diálogo con el aula, pensó en el arte y lo lúdico como una forma de interiorizar contenidos.

Al escuchar a sus estudiantes hablar sobre el Cruce de los Andes, decidió hacer una maqueta con el relieve de la Cordillera y complementarlo con mapas y la figura de un burro en tamaño real con los bultos que llevaban los soldados patrios. También escribió el libro El paso de los Andes por las seis rutas. Por esta acción recibió un premio internacional y a la vez mostró el poder de poner los datos en tres dimensiones, al alcance de los estudiantes.

Desde distintos rincones del mundo le hicieron donaciones para enriquecer el museo. Ella reconstruyó los dispositivos con materiales económicos para replicar la experiencia en jardines de todo el país, muchos de ellos fundados por ella. En su honor cada 28 de mayo se conmemora el “Día de la Maestra Jardinera”. De forma póstuma, fue distinguida por autoridades como “la maestra de la patria”.

Es por la contundencia del método que el museo, 90 años después, continúa siendo un espacio contemporáneo, fresco. Lo digital y las pantallas táctiles no anulan sino que se complementan con la vivencia de caminar estos pasillos.

El mérito también es del equipo de educadores y museólogos que desde la reapertura de 2010 están al frente de este desafío: “Cuando entramos, estaban todos los objetos en exhibición, relaboramos una curaduría para cumplir los objetivos del aula”.

Su labor es continuar con la pedagogía del “aprendizaje práctico” de Vera Peñaloza, pero también hay un espíritu por mostrar la forma en que se estudió en el Bernasconi. Hay vitrinas con cuadernos de tareas escritos por alumnos de hace casi un siglo, plumines, tapas de revistas Billiken y publicidades antiguas. Incluso hay ejemplares de la revista Barrilete, que era editada por docentes con cuentos de los alumnos.

El factor lúdico sigue latente mediante distintas intervenciones culturales y educativas: “Para concientizar, una artista plástica diseñó contornos de animales en peligro de extinción con sonido. También hicimos una actividad llamada bosque encantado, donde a cada árbol le colgábamos un corazón con parlante para que nos chicos lo abracen y el árbol les contaba una historia”.

También relevaron las 140 especies de flora (mucha de ella nativa rioplatense) que hay en el jardín del Bernasconi, construido sobre lomas naturales. El más representativo es el Aguaribay plantado hace casi 150 años por Francisco, el Perito, Moreno, geógrafo de la generación del 80 (siglo XIX), célebre por trazar límites entre Argentina y Chile. Su familia era dueña de las tierras donde se construyó el colegio, costeado con la herencia de Félix Bernasconi, en agradecimiento a la comunidad de Parque Patricios.

“Su familia era suiza. Su padre fue zapatero y tuvo prosperidad al instalarse en Patricios. En esa época el sur porteño tenía las mismas condiciones que el norte: mataderos, zoológico, cementerio”, dice Cobreros. “Este fue uno de los últimos grandes edificios palaciegos destinados a la educación. Tiene un perfil higienista porque se pensó en una época (1921-1929) donde la educación y la salud se entrecruzaban”.

“Félix pidió que con su herencia se construya la “Sorbona de Buenos Aires”. Por eso el inmueble fue de avanzada y hoy resulta tan imponente”. Tiene piletas subterráneas, un teatro de primer nivel (Madonna filmó escenas de la película Evita aquí), pasillos amplios, columnas, ornamentos y obras de arte como el original del célebre cuadro “San Martín en Boulogne-Sur-Mer” de Antonio Alice.

“Continuamos con la tarea de restauración, hay más salas en el museo que personas, pero esto lo hacemos de corazón y estamos enamorados del proyecto. Cada vez que la gente regresa es muy importante para nosotros. Nos alegra continuar con la grandeza del pensamiento de Vera Peñaloza”, concluye Cobreros.

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