Arquería japonesa a metros del Obelisco: la Asociación Argentina de Kyudo entrena con sutileza, compañerismo y mente en blanco
Hace casi 20 años practican este arte marcial en la Ciudad. Sus miembros viajan al exterior para rendir exámenes y trabajan para que la disciplina crezca en el país y Sudamérica.
kimono y con arcos que superan su altura, marchan ordenados y se arrodillan en fila. Tras un instante de silencio, como una flor que abre sus pétalos, uno a uno se ponen de pie, tensan la cuerda y hacen zumbar la flecha. Más que el ansia de acertar, en el aire se respira armonía, una fuerza superior a la mera puntería.
Es sábado y recién son las diez de la mañana. La calle Venezuela al 900, en Monserrat (Comuna 1), está vacía, salvo por operarios que taladran el asfalto y valen por multitud. En frente está Casa Azul, el centro cultural donde practica la Asociación Argentina de Kyudo (AAK), pionera sudamericana de este arte marcial japonés. Los ruidos de afuera no perturban los sutiles detalles que nutren a la práctica con arco (Yumi) y flecha (Ya). Los pisos de madera, los muros con telones y emblemas ayudan a sentirse en un dojo japonés en pleno centro porteño.
“El Kyudo (camino del arco) creció rápido en el último tiempo, mucha gente lo practica”, dice a Agenda Porteña el sensei Koji Okabe, presidente de la AAK, quien nació en Japón y a los 11 años conoció este arte marcial. De adulto, trabajó como empleado en la Embajada del Japón en Argentina. En 2002 conoció a personas querían aprender. Él les aclaró que no tenía el nivel suficiente para hacerlo, solo las altas graduaciones enseñan. Sí acordaron juntarse para practicar todos juntos. Esos fueron los cimientos de la asociación.
Más tarde Koji se hizo sensei (y empezó a enseñar también en Uruguay, Brasil, Chile, Paraguay), varios kyūdōkas viajaron a Estados Unidos y a Japón a rendir sus primeros exámenes ante la Federación Internacional de Kyudo.
En 2006 obtuvieron la personería jurídica, cuenta María una de las integrantes con más tiempo de entrenamiento y dice que el objetivo institucional próximo es integrar la Federación, y ser así un nuevo nodo de relevancia mundial.
“Se dice que el Kyudo comparte mucho en común con el Sado (ceremonia de té), Iaido (uso de la espada), Shodo (caligrafía) y con las variadas actividades que reflejan el espíritu y pensamiento de los japoneses. El Kyudo es muy apreciado en todo el Japón y hay quienes consideran como el más puro de los Budo (artes marciales)”, explican en la asociación.
En el Kyudo se tira a una distancia de 28 metros. En Monserrat, el centro cultural llega a los 10. Por eso, el segundo hogar de la asociación está en el Centro Montañés de Colegiales (Comuna 13), en Jorge Newbery 2818. Allí los arqueros con sus manos acondicionaron una antigua cancha en desuso para llegar a la profundidad utilizada en exámenes internacionales. Tiempo atrás, entrenaron en el Parque Roca, en Villa Lugano (Comuna 8). Con la realización de los Juegos Olímpicos de la Juventud, en octubre del año pasado, tuvieron que buscar otro espacio.
Durante la práctica, se distingue a dos grupos. Quienes están con kimono son los avanzados. Entrenan en dos tiempos: tirar en fila de entre tres o cinco personas y la práctica individual, ligada a pulir la técnica.
Sobre la primera, Héctor, kyūdōka con varios viajes y exámenes a cuestas, dice: “Es un trabajo honesto, esforzado, la coordinación con la otra persona apaga tu ego y eso te hace crecer como persona. Hay todo un alrededor de tirar la flecha, es un trabajo de evolución personal. Ponés la mente en blanco, a través del desarrollo de tu técnica llevás la flecha”.
Quienes están con remera blanca y calzas negras son los iniciantes. La clase entera se va en practicar con un tensor cómo plantar el cuerpo para tirar. De lejos parece sencillo, esa es la gracia de los sensei. Pero diseccionar el tiro es arduo. Los codos se vencen, las piernas se entumecen, el cuello no está lo suficientemente recto. “Es muy sacrificado, demanda mucho trabajo físico de piernas, abdominales, espalda, para no perder los movimientos individuales y grupales”, explican.
Dar en el blanco no es sinónimo de hacer las cosas bien. Así se ve en el rostro de quienes con serenidad se esfuerzan en mantener la armonía al momento de tirar en fila. No hay insultos o euforia al ver cómo quedó la flecha; ellos fluyen pensando en la fila como un todo, como el trabajo colectivo. Ako, una de las integrantes de la asociación más antiguas explica: “Uno aprende a coordinar con el otro, no importa el idioma o que los conozcas recién ahí, se vuelve algo universal, practiques acá o rindas un examen en Japón”.
Tras la práctica hay tiempo para compartir un té y comida. “A veces hay facturas, a veces picada, no nos privamos”, bromean, en un momento que da lugar a la relajación, también a compartir desde otro lugar.
Estela también es una de las integrantes con más tiempo en AAK. Cuenta que este arte marcial le gusta porque la impulsa a desafiar sus miedos: “Me gusa la sutileza de oriente. Este arte marcial es un camino constante de perfeccionamiento; de tu técnica, de tu miedo a errar, de inseguridades sobre la postura y el cuerpo. Es personal y uno sabe cuándo hizo un buen tiro, cuándo la técnica estuvo bien”.