Alberto Montt: “Mis chistes son una invitación a pensar”
El ilustrador y humorista gráfico chileno, creador del blog Dosis diarias y por estos días de visita en Buenos Aires, es reconocido por su humor sarcástico, ácido y sin pretensiones, que ya es un fenómeno en toda Latinoamérica, con más de 90 mil seguidores en la web.
En su estadía porteña, el dibujante se encontró cara a cara con sus lectores y celebró la reedición de su libro ¿Quién es Montt? (Ediciones De la flor).
Este hombre fue catalogado como el ilustrador más influyente de habla hispana en Internet, al punto que la revista Time lo reconoció como el creador del mayor viral en 2010 por el alto replique de sus viñetas, tan vitoreadas como criticadas.
Nacido en 1972 en Ecuador donde vivió 20 años, hijo de padre chileno, descendiente de una familia aristócrata (“tradicionalmente de derecha, con la cual yo no comulgo en absoluto”, dijo), Montt ilustró para publicaciones de Quito y Chile y ganó el premio The BOBs al Mejor weblog en español por Dosis diarias, un espacio donde “estoy purgándome a mí mismo”, reconoce.
Entre sus libros publicó Para ver y no creer (2001), En dosis diarias (2008),¡Mecachendié! (2012) y la recopilación de su corrosivo estilo, “¿Quien es Montt.
Hace pocos días, en una charla junto a Liniers, Montt anticipó que cambiará la lógica de su blog: “Le voy a dar un respiro a las viñetas. Me quitan mucha cabeza y quiero comenzar otra cosa. Ya no serán viñetas de una sola historia, sino algo más personal. Luego veo si vuelvo a eso”, agrega en una entrevista con Télam.
¿Cómo será ese proyecto? “Serán polaroids diarias de mi vida, esas anécdotas diarias que son divertidas o dolorosas. Quiero jugar con mis vicios y fetiches y plasmarlos”, precisa Montt.
¿Existe cierta madurez en hablar de uno mismo? “Es el encuentro con uno desde otra perspectiva, como cuando verbalizas en el psicólogo y se van concatenando las ideas. Hacer esto me ayuda a pensar cómo funciona mi cerebro, es mi pequeño psicólogo”, explica.
Alguna vez dije ‘esto será un legado’. Fui padre muy viejo, a los 38 en una sociedad donde la gente se casa a los 21 años, y pensé: `me puedo morir y queda ella sola. Esta niña no va a saber quién fui`. Es otra de las razones para dejar una autobiografía estúpida con las cosas que nadie sabe y que para mí son más importantes que otras.
Montt expresa que le “cuesta medir reconocimientos”. Mientras que en Argentina y México los fans hacen largas colas para que firme (y dibuje con mucho esmero) un autógrafo, en Chile admite que “puede que haya algo del profeta en su tierra”.
Su infancia transcurrió en Santo Domingo de los Colorados en la zona subtropical ecuatoriana. Allí, la naturaleza extrema era su juego cotidiano, mientras que la historieta era parte de la imaginación.
“Llegaban libros de Mafalda, Fontanarrosa y Schulz. Entró ediciones De la Flor y Quino era muy fuerte. Ibas a un centro comercial y esos eran los libritos para chicos. Para mí los logos De la Flor eran como Coca Cola, veía el iconito y era señal de que era para mí. Mafalda era mi abstracción, mi ventanita al mundo”, recuerda.
A sus 41 años, tener publicada parte de su obra en el emblemático sello argentino significa “un circulo que se cerró. Me muero mañana y da lo mismo, para mí ya lo hice”.
En sus viñetas aparecen constantes referencias a la iglesia católica y a una relación amistosa entre dios y el diablo.
“Me irrita la iglesia como representante del modo de ver el mundo del siglo XV, el hecho de estar absolutamente convencidos de ser poseedores de la verdad y en base a eso ejercer presión para modificar el pensamiento de las masas”.
“Dios y el diablo terminan representando ese pensamiento de no asumir culpas y capacidades. El bien y el mal como absolutos me provocan aversión. No creo que alguien pueda decirte que algo es bueno o malo solamente porque sea un poseedor de la verdad que le fue entregada por un ser superior que, para mí, es igual que Papá Noel. La validación a través del pensamiento mágico me parece una mierda”, dice.
“Trato de no hacer un humor de contingencia. Es político pero no de política. Hay otra parte que es imbécil. Todos tenemos una parte política y una idiota, es un espectro. Considero que hago cosas que son muy buenas y otras, muy malas, por eso, pienso en el conjunto para no deprimirme”.
“Mi idea con los chistes –sostiene- es una invitación a pensar, generalmente los que lo entienden son los que ya lo pensaban así, pero a veces me dicen: ‘me di cuenta que tal cosa es una porquería porque después de un chiste tuyo me fui a leer`, entonces para mí está pagado todo el proceso”, confiesa.
“El humor que no te entrega todo y que requiere mucho de tu parte, ya sea una vivencia, una referencia, un relato de la infancia. Por ejemplo, cuando Malena Pichot hace humor está diciendo algo más allá del chiste, es `mirá lo que pasa con la misoginia, con la prepotencia`. Me gusta la sofisticación en el humor”.
“No tengo pretensiones de ser percibido. Son canales diferentes. Si sigues las tres partes te das cuenta que soy un imbécil prepotente en Twitter, que tengo una parte humorística e idiota en el blog y que soy más romántico familiar en Instagram. Me gusta ese complemento”.
“Un tipo cualquiera que va a comprar pan a la esquina, se ríe de idioteces, piensa un poco, analiza otro tanto y comete errores. Uno más”.