Alberto Giacometti desnuda el alma en una muestra esencial

Últimos días para visitar la impactante exposición de Alberto Giacometti que a manera de retrospectiva se presenta por primera vez en Sudamérica, en la fundación Proa.

Una oportunidad única para acercarse a la obra del gran Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901-París, 1966), a través de 148 obras realizadas entre 1910 y 1960 provenientes de la Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, con la curaduría de su directora Véronique Wiesinger, que también seleccionó un conjunto de piezas pertenecientes a colecciones privadas de la Argentina y al Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro.

Giacometti nacido en la Suiza italiana, se radica en París de los años 20, donde continúa sus estudios en la Academia Grande-Chaumière, tutelado por el maestro escultor Antoine Bourdelle, mientras participa de la efervescencia cultural de las primeras vanguardias.

Desde 1925 hasta 1965, su producción corrió a la par de los grandes movimientos de la modernidad: el cubismo, el surrealismo, la abstracción y el regreso a la figuración.

Sin embargo su trabajo ahonda en lo espiritual del arte, a través de la figura, como síntesis icónica de la condición humana.

La muestra comienza con sus primeros trabajos, “Naturaleza muerta con manzanas”, y una pequeña cabeza en yeso de su hermano “Diego”, realizados a los 14 años, y ” La montaña” de 1930 colorido paisaje que revela la influencia tanto de su padre pintor impresionista como de Cézanne en la génesis del cubismo.

Una síntesis de esta corriente con el arte africano son las obras “La femme cuillere”( la mujer cuchara) y Le cuple”( la pareja), que en 1927 llamaron la atención del público en el salón de las Tullerías.
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Al conocer a los integrantes del surrealismo y en especial a André Breton y Salvador Dalí, se plegó al movimiento y realizó algunas de sus mejores piezas que aún hoy mantienen una extrema sugestión y misterio, como “Femme qui marche I” (la mujer que camina) de 1932.

Sin embargo en 1935 lo expulsan del grupo surrealista, por su trabajo obsesivo en la cabeza humana.

Vinculado a Picasso y a Jean Paul Sartre, durante la guerra se trasladó a Suiza para volver a París en 1945 y ejecutar la obra que lo caracterizará para siempre: esculturas de cuerpo entero o bustos, modelados a la manera expresionista.

Es entonces cuando a contrapelo de las vanguardias a las que supo pertenecer, se acercó al existencialismo en la acentuación de la subjetividad, al vacío y la angustia del hombre de posguerra.

Una búsqueda meditada al límite, donde quita lo superfluo y llega al hueso.
Aparece entonces el hombre y la mujer en su esencia.

A veces en pequeñas piezas de no más de 5 cm, otras en grandes figuras de 3 metros, de formas simples casi planas.

Con una expresividad repujada a mano, como destilada, el artista deja su huella en esas texturas que, piel y hueso, encarnan la fragilidad del ser humano.

Estas figuras alargadas intensamente asociadas al arte llamado “primitivo”, se confrontaron en La Pinacoteca de París, en la exposición “Giacometti y los Etruscos” en 2011.

Una al lado de la otra “La sombra de la noche” (II AC), una delgadísima mujer, finita como la hoja de un cuchillo, con las esculturas filiformes de Giacometti dan cuenta de la relación y el impacto que estas obras de 2300 años, de increíble síntesis y modernidad, causaron en el artista, cuando las conoció por primera vez en un viaje a Italia con su padre.
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Sin embargo en los extensos textos de presentación no se hace referencia a esto.

Otro segmento del espacio curatorial son “Las jaulas y marcos”, donde se pone de relieve el modo en que Giacometti se dedicó a investigar el espacio de representación desde 1945 hasta su muerte.´

De qué manera ofrecer alguna referencia con tan pocos elementos, surgen así “las bases y las jaulas”, como se puede ver en la “Mujer con carro”, en “Le Nez” (la nariz) y en “La Fôret” (La floresta)- donde un grupo de figuras femeninas, casi sin rasgo alguna, corporizan un bosque, y se elevan como levitando sobre una plataforma.
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Otra característica que se refleja en varias composiciones escultóricas donde cuerpos femeninos erguidos como árboles, comparten el espacio con el hombre, representado de medio cuerpo, apenas un busto que brota de la tierra, sin piernas, inmóvil como una piedra, o un árbol talado.

Esto también se puede ver en la primer versión de “La jaula”, donde una mujer apenas hecha de palitos, los brazos abiertos, se agarra de esos fierros, que como el umbral la separan del exterior, mientras su pareja, el rostro atornillado al piso, permanece adentro.
Tremenda metáfora de la convivencia, en una escena psicológica de lo cotidiano.

La emoción en cautiverio se despliega también en sus pinturas, el tratamiento de sus retratos en trazos nerviosos y superpuestos, donde el magistral dibujo planta la imagen, de conmovedora quietud, mientras pinceladas sueltas crean fondos inacabados de colores tierra, en una ilusión de movimiento, atravesado por verticales y horizontales que como guías, dan identidad a sus trabajos y los ligan con las líneas escultóricas de las jaulas.Alberto_Giacometti_pura_ciudad