Museo del Borda: la historia de la salud mental a través de sus protagonistas

Hay visitas guiadas, talleres de historia oral y amplias salas con pertenencias, documentos, fotos y objetos que dan cuenta de la vida cotidiana en esta centenaria institución.

Por Juan Manuel Castro

Fotos de tardes tranquilas de labranza en los jardines que creó Carlos Thays, ollas comunitarias, murales con caras sonrientes pintadas por varias manos. Calaveras, cerebros en formol y herramientas que diagnosticaban padecimientos mentales. Guitarras y camisas de fuerza. Revistas de fútbol y libros sobre la angustia.

Las salas delMuseo del Hospital Psicoasistencial Borda exponen desde lo cotidiano los matices de esta institución y la salud mental. Con una narrativa contundente, se combinan pertenencias, imágenes, documentos.

El resultado acerca la calidez de personas que desarrollaron su vida pese a estos padecimientos, médicos que indagaron y escucharon, prácticas que mutaron con el tiempo.

“La existencia del museo busca romper prejuicios”, indica a Pura Ciudad Carlos Dellacasa, psicólogo con más de 40 años de labor y actual director del museo, ubicado en el segundo piso del hospital de Barracas (Comuna 4).

“La idea es tener actividad durante todo el año”, explica. Hay visitas guiadas los dos últimos miércoles de cada mes (dentro del museo y en sitios históricos del Borda) y también se pueden acordar días en particular. Se hacen talleres de historia oral donde se entrevista a personas que tuvieron que ver con el hospital. Desde hace varios años se hacen actividades durante La Noche de los Museos.

En el Borda se conservan objetos históricos hace más de 30 años. Pasaron por distintas salas hasta que Carlos, que se define como un “restaurador nato”, buscó reunirlas y consolidar el museo.

A grandes rasgos, Carlos señala que en la antigüedad a las personas con padecimientos mentales las trataban peor que a los presos, con mayor represión institucional. Tras la revolución francesa cambió ese paradigma y empezó el concepto de la internación. El Borda se funda en 1.863 y a comienzos del siglo XX, durante la gestión de Domingo Cabred, se pensó que el hospital recree “un modo de vida ligado al hogar, al acogimiento”, por eso los parques hechos por Thays y talleres terapéuticos: “No debían estar en cama, eran deambuladores, hacer su vida pese a los momentos de crisis o alienación”.

Testimonio de estos talleres son las herramientas como palas y rastrillos expuestos en las salas del museo, ubicadas al lado de fotografías alusivas en exteriores. También hay ropas más “domingueras” (zapatos y pantalones lustrosos). Ayuda a acercarse a quienes vivieron en este hospital los relojes, anteojos, crucifijos y hasta pipas y cigarreras.

“No porque fueran personas con trastornos eran menos seres humanos”. Los efectos antisociales a mediados del siglo XX empezaron a ser paliados con pastillas (psicofármacos). Antes la internación era el único recurso. Por eso en el presente hay pacientes que tienen estadías temporales.

“La patología mental es consecuencia de una afectación estructural que todavía se investiga, por eso cambian las formas de abordarlo. Lo social, lo psicológico, lo orgánico repercuten mutuamente, se alteran mutuamente”, analiza.

Estos cambios en el abordaje de la salud mental están presentes en el museo. Hay libros con distintas corrientes de pensamiento, pero también hay elementos concretos como los chalecos de fuerza o incluso estudios anatómicos de cerebros. Hay fotos coloreadas de Cabred entrevistando a un paciente, registrándola en una especie de gramófono. También hay un mimeógrafo y equipos setenteros de grabación.

Carlos ejerció en el área asistencial del Borda como licenciado en psicología de formación psicoanalítica, pero reconoce: “Siempre tuve una pasión por la historia, por los materiales, vestigios de la historia”. Cuenta que por eso estudió arqueología. “Fue cuando mis hijos ya eran grandes, era algo que siempre me gustó”.  Dentro del hospital, hubo un objeto en particular que disparó esta pasión: “Había elementos que me fascinaban, me conmovían, uno de ellos era una antigua imprenta, era monstruosa y pesaba toneladas. Me hizo acordar a lo que relata Chaplin en Tiempos Modernos: esos engranajes se comían al sujeto”.

Se usaba para un taller y surgió la iniciativa de ponerla en valor, con ayuda de la Gerencia Operativa de Patrimonio del Gobierno porteño. Con esta acción, Carlos empezó “un trabajo interdisciplinario” en pos de poner en valor los objetos históricos del Borda: “Ha sido una fortuna encontrar a gente con esta receptividad, colaboración y buena onda”.

Esto se afianzó desde 2013, cuando Carlos, por los 150 años del hospital, envió una nota a la dirección para reubicar los objetos históricos: “Estaban en un sector que estaba en mal estado. Asignaron el uso de este sitio en el segundo piso, que en el pasado alojó un obrador. Este lugar estaba a la miseria, pero empecé a arreglarlo. Hubo operarios que dieron una mano”.

Para las vitrinas del museo se usaron “cosas que se desechaban de otros lados”. También colaboraron integrantes de la carpintería La Huella, que funciona como un taller para internados dentro del Borda. Carlos se dio mañana para atornillar y acondicionar varios muebles él mismo: “Me permite tener una relación de creación y transformación con el objeto”.

Para la restauración del material histórico, Carlos entró en contacto con especialistas de la Gerencia Operativa de Patrimonio del Gobierno porteño, el Museo Etnográfico y el Museo Histórico Nacional. “Me brindó una ayuda muy importante en el diseño y puesta de la exhibición, la museóloga Teresa Margadetic de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos”.

El vínculo ha sido tan bueno que en la actualidad, hay restauradores de estas entidades que trabajan a diario para acondicionar fotos, muebles y otros objetos para este museo del Borda. Son una amalgama entre un taller maderero y un cuarto oscuro.

Carlos encontró un “rejunte de cosas pero sin una organización” y logró reconfigurar el espíritu de distintas épocas dentro de estos muros. Se siente satisfecho con la tarea: “De alguna manera es hacer algo en un lugar impensado con condiciones adversas. Hemos tenido buena recepción de la gente de la institución. Siempre se buscó representar su historia”.

En lo personal, señala: “Me siento feliz. Para mí es como el trabajo de cierre de mi vida hospitalaria, luego de estar más de 40 años acá. Más allá de las cosas que uno puede criticar, acá viví experiencias vitales importantes que son parte de mi vida”.

“Antes había pocas explicaciones para las circunstancias que determinaban los procesos de turbación de la mente. Con el museo buscamos contar el proceso que tuvo esta institución y cómo involucró a la gente que vivió la mayor parte de su vida acá”, concluye Carlos.